domingo, 24 de mayo de 2009

De rótulos y otros demonios...

Hoy día es imposible dividirse de la Universidad a la cual se asiste. Yo, por ejemplo, voy a la universidad de San Andrés, en Buenos Aires. Allí curso un a maestría en periodismo.

La gente con la que hablo me pregunta a qué universidad voy, esperando que responda UBA, universidad pública, gratuita, de gran calidad que innegablemente también tiene sus problemas. Pero mi respuesta es distinta, opuesta incluso; voy a una universidad costosa, a una de las más elitistas de la ciudad.

El precio es elitista, no hay la menor duda, pero si voy es en respuesta a una oportunidad única, a un apoyo que recibiré una vez en mi vida. Si voy es porque puedo darme este lujo hoy, ahora, sin que signifique que mi vida sea de lujos, excesos o elitismos. No necesito explicarme, pero me gusta poner las cosas en contexto.

Entonces, apenas respondo la verdad, los rostros de la gente que me pregunta cambian. De un tipo cualquiera me transformo a sus ojos en un cerdo elitista. Curioso este mundo que decide por una información imponer estampas a la gente. Me dicen luego “es muy cara”, me dicen luego “solo va cierto tipo de gente”, me dicen, me dicen, me dicen… Prefiero en este punto omitir lo que me dicen, si nada bueno va a salir de ello. Puedo pecar de optimista en este actuar, pero lo generalizo, si lo que converso no me sirve de nada, prefiero no conversar.

Sin embargo yo lo hago también, impongo estampas, pero soy más reservado a la hora de expresarlas. Me gusta, antes de sacar mi opinión al aire, de donde es difícil devolverla, entender el contexto y la persona, conocerla o ilustrarme. Y si no la conozco, no emito mi juicio; si no llega el contexto, puede que me quede con mi impresión, pero no estaré lo suficientemente convencido como para verbalizarla.

No sé si sea el único que pretende tener algo de coherencia al expresarse, no lo creo, pero a veces en la marcha del día a día se siente el lugar común en que la opinión apresurada cuenta sobre la opinión formada, en que el impulso de crear y justificar las propias percepciones tiene más lugar en el estadio del afuera que en del adentro.

Ni siquiera reconozco de dónde surgen estas palabras, pero me la puedo jugar diciendo que parten del prejuicio que tengo contra quienes expresan y luego piensan. Les he impuesto mi estampa, les he dado un rótulo, pero como muchos de ellos puedo volver todo a la calma con un diplomático: “¿Qué se sho?”.

sábado, 9 de mayo de 2009

Darle la mano izquierda a un ladrón

“No te asustés”, me dijo el hombre de gorra vieja y ropas andrajosas, de barba y bigotes apenas cortados, de unos 35 años escondidos detrás de una cara demacrada, ropas rotas y manos sucias. Me lo dijo en la esquina de Patagones y Zabaleta en Parque Patricios que busqué pues en ella, me dijo el heladero, se detenía el colectivo 118 que me sirve para volver a casa. Hubiera podido tomar el subte que tomé para llegar o hubiera podido buscar el colectivo en la avenida Caseros, que cuenta con mayor flujo de personas y en consecuencia algo más de seguridad. Pero recién habiendo comprado un helado me dejé llevar por la información del heladero, que siendo honestos, hace un delicioso helado y no hizo otra cosa que responder a mi pregunta… ¿Dónde para el 118?

Justo al llegar a la esquina una mujer esperaba también el colectivo, pero ella, mucho más inteligente y despierta que yo supo alejarse rápido al ver al personaje que entraba en escena. Yo, crucé la calle sabiendo que ya era demasiado tarde, temiendo que el tipo me persiguiera con algún tipo de arma blanca. Como un minino esperando ser devorado por un León ni me alejé ni corrí, esperé a que el hombre me hablara, y lo hizo.

“Vení, ¡Ayudáme!”
“Lo siento hombre, no veo como”
“¿De donde sos?”
“Colombiano”
“Aguante Colombia”

Mientras hablábamos mi tendencia era lentamente dar pasos mínimos, tratar de dar rumbo hacia avenida Caseros que cuenta con más gente. Él, notando mi incomodidad y miedo me repetía...

“No te asustés ché”
y me extendía la mano…

Con el cono de helado de “Frutilla a la reina” -que ya había olvidado grandioso- en mi mano derecha, sólo pude extender dubitativamente mi mano izquierda, lentamente, con miedo. El hombre veía mis reacciones y decía “claro, yo con estas ropas y manos sucias”, pero aún así se la dí, al menos la izquierda. El prosiguió, exponiendo su caso…

“Mirá, yo soy ladrón, pero a vos no te voy a robar…”

Puse mi mano izquierda en el pecho y dije “por favor no”

“No te voy a robar, voy a confiar en vos. Con que no me pongas en cana, todo bien”

“Gracias”

“Mirá, acabo de robarme dos paquetes de cigarrillos así de grandes…”
Su señalización indicaba que los paquetes eran grandes, hasta la rodilla dejaba entender su gesto.

“…y tengo un remis aquí a dos cuadras, necesito que me ayudés a pagarlo. Soy ladrón, pero no de esos que te roba el reloj, pero necesito que me ayudés..”

De haber tenido a la mano un par de pesos, o un peso, o ALGO que no implicara sacar mi billetera o abrir mi maleta se los hubiera dado, pero no era el caso, así pues respondí que no veía como podía ayudarle.

“Vamo che, unas moneditas, algo”
“Lo siento hombre, tengo apenas lo que me cuesta el colectivo”
“Ché, colaboráme”

Sus gestos indicaban que la paciencia se le estaba acabando, y yo no podía sino pensar en que soldado avisado, sólo por idiota, muere en guerra. El hombre levantó la vista y se alejó de repente. Volteé mi cara y venía a mas o menos una cuadra un policía. Tantas veces les dije cerdos, y bueno, en ese momento me arrepentí, no porque no sean tremendamente arbitrarios o abusivos en muchos casos, pero porque claramente este me había salvado en ese momento de un electroshock de naturaleza de hurrrrrto.

Pensé en si debía ir a decirle al policía que el tipo acababa de robarse un par de enormes paquetes de cigarrillos, pensé en que el tipo me había dicho “voy a confiar en vos”, pensé en que a ese barrio tendré que volver durante mas o menos seis meses de mi estadía en Buenos Aires… Pensé hasta que escuché los frenos de un colectivo, el 118; corrí, le rogué con gestos al chofer que se detuviera pues ya estaba en marcha, y lo hizo. Con el corazón a mil subí al bus, no habiéndole dicho nada al policía que creo debió pensar, al ver al hombre alejarse rápido y a mi correr tras el bus, que le estaba comprando drogas.

Sólo espero que de mis errores me queden lecciones, y que los paquetes de cigarrillos no se los haya robado al primer hombre a quien le hablé después de llegar al barrio esta tarde, dueño de un kiosko que con tremenda amabilidad me comentó de los problemas de inseguridad del sector…

sábado, 2 de mayo de 2009

De públicos y conciertos...

Llevo un mes en Buenos Aires. Un mes y diez días muy felices en los cuales no olvido a mi gente pero en los cuales tampoco a ella me aferro. He tenido la oportunidad de asistir a tres conciertos que me han reflejado, en contraste, las virtudes de cada público, a aclarar: el colombiano y el argentino.

Curioso resulta ver la manera en que se viven aquí los conciertos, teniendo en cuenta que es una plaza a la cual por décadas han venido artistas de primera línea. Resulta a primera impresión, por ejemplo, extraño ver que el baile no es una opción muy considerada en los conciertos. Claro, esta observación parte de mi tendencia personal, que es bailar como parte de gozar la música, moverme al ritmo que me otorguen el artista y su música sin sacrificar mi apreciación del sonido. Bailar como apreciación del talento, del espectáculo.

Si bien no puedo decir que toda la gente en Colombia comparte mi manera de vivir un concierto, sí puedo decir que el porcentaje de "bailadores" es mucho mayor. Aquí la gente parece moverse al escuchar el Hit, el sencillo de la radio. No significa esto que no aprecien, es clásico que aplaudan mucho y apliquen su cántico "eeeee eeoo eeeeeeoooooo, eeeee eeoo eeeeoooo" como síntoma de apreciación (que no es menor, es lindo verlo suceder) pero algo pasa, hay algo frío, que a mi manera de ver no responde del todo al artista, a la música y al movimiento al que invita.

En Colombia, por responder mucho al artista cruzamos la raya. Tenemos el influjo caribe (por más capitalinos que seamos) y somos atropelladores. Entonces sí, reaccionamos lindo, hacemos bulla y los artistas lo notan. Somos un público especial con el artista, pero no respetuoso del "otro", de ese que está al lado nuestro, de ese que pagó una distinta boleta, de ese que por más que disfrute el mismo grupo que nosotros no podemos observar como hermano. Así pues lo pisamos y lo agredimos.

El panorama es extraño, ambos lugares tienen plus y contras. Este blog nace desde mi percepción de que un concierto es un partido de fútbol en el que no hay hinchada rival y toda la gente asistente presencia una goleada de 20-0. Cada gol de una belleza tan especial que no se puede dejar de celebrar; si bien siento que a veces hay gente que asume la goleada, o que simplemente no puede/quiere celebrar, me gusta observar y discutir la diferencia del otro tratando de respetarla.

No pretendo que la gente baile como yo (aunque confieso me gustaría sentirme menos alienígena a veces), sólo pretendo entender el lugar en el que estoy y en cómo vive las cosas que a mí me fascina vivir.