domingo, 15 de abril de 2012

Dos contra dos.

Doce o trece años debían tener. Los tildaban de locos, les preguntaban si eran acaso gringos o costeños. Poco precio a pagar por gustar del beisból en la capital. Eran ovejas negras. Los hermanos bahamón y los 'alejandros', hoyos y pérez, enfrentados, dos contra dos.

A veces se mezclaban los equipos. Un lanzador y un jardinero (2), contra (2) bateadores que podían ser corredores y se transformaban en 'fantasmas' si la entrada se alargaba.

No sé si han visto beisbol. La pelota se pone en juego una vez el lanzador/serpentinero suelta la bola, rápido o lento, como él considere necesario para engañar a quien batea. Muchas veces el bateador deja pasar la bola: o la ve mala, o lo engaña. Tras cada uno de esos lanzamientos, en estos dos contra dos, el lanzador, y a veces el bateador, debía ir en busca de la pelota.

Cuando no alcanza para el catcher -receptor-, hay que sacrificarse.

Ingeniaron sistemas, mas nunca sorteaon el problema de la bola que había que recoger cada lanzamiento. No importó. Las ovejas negras, unidas por un amor incondicional por el deporte que nadie más alrededor entendía, fueron felices.

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